Mientras
no estamos comprometidos surgen dudas y existe la posibilidad de volver atrás,
y siempre hay ineficacia. En relación con todos los actos plenos de ineficacia
hay una verdad elemental, cuya ignorancia mata innumerables planes e ideas
espléndidas: En el momento que asumimos un compromiso de manera definitiva la
providencia divina también se pone en movimiento. Todo tipo de cosas ocurren
para ayudarnos, que en otras circunstancias jamás hubieran ocurrido. Todo un
fluir de acontecimientos, situaciones y decisiones crean a nuestro favor todo
tipo de incidentes, encuentros y ayuda material, que nunca hubiéramos soñado
encontrar en nuestro camino.
Aquello que puedes hacer o sueñas que
puedes hacer, comiénzalo.
La audacia tiene genio, poder y magia.
GoetheUna manera de medir el valor artístico de una pintura es conocer el grado de compromiso que tuvo el autor con su profesión. Para muchos pintores este compromiso no fue una tarea fácil. Ser los primogénitos de una saga familiar de profesionales o empresarios les obligó a adquirir una serie de responsabilidades que los alejaron de su vocación. En este artículo citaremos a tres de ellos que finalmente decidieron seguir el impulso de su vocación artística, logrando la maestría. Obligados por sus padres a seguir las tradiciones familiares, sólo pudieron practicar su pasión en su tiempo de ocio.
Causas externas, como la muerte de un padre dominante
o la quiebra del negocio familiar, los impulsaron a dedicarse por completo al
mundo del arte. Libres de sus ataduras viajaron a París, en aquella época
sinónimo de libertad. Como decía Goethe, en el momento en que asumes un
compromiso definitivo, la providencia te ayuda en tus propósitos.
El primero de estos artistas fue Enrique Mélida.
Enrique era el primogénito de un famoso abogado que le influyó para que
siguiera la tradición familiar. Una vez finalizados sus estudios de Derecho, en
1860, ingresó como letrado en el Tribunal de Cuentas que su padre dirigía.
Su padre quiso
que su hijo mayor siguiera sus huellas, y le obligó a seguir la carrera de
Derecho, y le hizo entrar, cuando terminó, en el Tribunal de Cuentas del Reino. Manuel Ovillo y Otero. Escenas Contemporáneas. Revista bibliográfica. 1883.
Cuando contaba 24 años de edad murió su padre, dejándole al cargo de la
educación de sus hermanos Arturo y José Ramón.
Enrique Mélida con toga
Pero la vocación de Enrique
no era la abogacía, sino la pintura. Desde niño, dibujaba y pintaba por
afición. Su
trabajo no le satisfacía y acabó
enfermando gravemente, viéndose obligado a elegir entre dos opciones: el deber
y la pasión. Finalmente se impuso la pasión por el arte.
Pero buenos
estaban los procedimientos administrativos y las fórmulas de derecho para
Enrique Mélida; encerrado en una atmósfera que no era la suya, en la que, si
había aire para sus pulmones, faltaba oxígeno para su alma, enfermó, y enfermó
gravemente, y no tuvo más remedio que salir de Madrid, despidiéndose de la
oficina y de las instituciones de Justiniano, y de todos los libros de la
antigua, de la nueva y de la Novísima Recopilación. Afortunadamente para él y
para el arte, aquella despedida fue para siempre. Manuel Ovillo y Otero. Escenas Contemporáneas. Revista bibliográfica.
1883.
Para tratar su enfermedad
Enrique Mélida se desplazó a Panticosa. De regreso a Madrid pintó en Calatayud
el primero de los cuadros de género que tan famoso le hicieron.
Su cuadro "Se aguó la
fiesta", que según algunos autores sirvió de inspiración para el diseño
del toro de Osborne, le hizo famoso a nivel popular. Desgraciadamente, una
neumonía truncó su vida cuando su estilo pictórico, como es patente en su
autorretrato de 1891, se aproximaba al de los impresionistas parisinos.
Autorretrato de Enrique
Mélida (1891)
Vincent Wilhelm Van Gogh (1853-1890)
Vincent era el
primogénito de seis hermanos. En realidad nació un año después del nacimiento y
muerte de un hermano del mismo nombre, Vincent Wilhelm. Estas circunstancias
influyeron en el futuro de Vincent.
Su padre era pastor protestante
y sus tíos marchantes de arte. Vincent probó suerte en ambos campos; trabajó en una empresa de reproducciones de arte en
Holanda e Inglaterra y, posteriormente, ejerció de predicador en Holanda. Ambos trabajos los compaginó con su verdadera
pasión, la pintura.
La iglesia de Nuenen de la
que era predicador su padre (1884)
Naturaleza muerta con Biblia (1885)
Su obra
"Naturaleza muerta con Biblia" fue pintada tras la muerte de su
padre, en marzo de 1885. Es una obra en la que se enfrentan los antiguos
valores de la ley a los nuevos de la libertad. En ella destaca la Biblia de su
padre, abierta por el libro de Isaías. Junto a ella, la novela de Émile Zola
"La joie de vivre" ("La alegría de vivir") y una vela
apagada, símbolo ésta de una etapa en su vida finalizada tras la muerte de su
padre. El título de la novela de Zola, la alegría de vivir, expresa sus ansias
de libertad. Con este cuadro escenifica el final de una época y el inicio de
otra etapa. Deja su hogar familiar y se traslada a París.
Las enfermedades mentales pueden anular o estimular
la expresión artística. Vincent Van Gogh sufrió un trastorno bipolar acompañado
de alucinaciones y crisis epilépticas. Estuvo ingresado de forma voluntaria
durante un año en el sanatorio mental de Saint-Rémy, donde pintó algunas de sus
más famosas obras.
El anciano afligido. Saint Rémy-Blanzy
(1890)
Se desconoce el
diagnóstico de la enfermedad de Vincent. Posiblemente se tratara de un
trastorno hereditario ya que dos de sus hermanos padecieron síntomas parecidos.
Autorretrato de Vincent Van Gogh (1887)
Josep Mompou Dencause (1888-1968)
Otro artista en el que, en un principio, el deber
familiar se impuso a la vocación fue Josep Mompou. Su madre pertenecía a una importante
familia de fabricantes de campanas, por lo que su futuro estaba predeterminado.
Mompou mostrando unos papeles a su tío, en el despacho de la
empresa familiar
La fundición donde se
elaboraban las campanas
Mompou frente a su cuadro
"La primavera” (1924)
(Estas
tres fotos antiguas de Mompou proceden de la web de la Biblioteca de Catalunya)
Sólo podía dedicarse a pintar en su estudio cuando el
trabajo se lo permitía.
Cuando la empresa familiar
quebró, en 1927, Josep decidió dedicarse plenamente a la pintura y, como ya
hicieran Mélida y Van Gogh, viajó a París. Allí depuró su estilo pictórico y
empezó a exponer sus obras.
En 1931, en plena libertad
pictórica, pintó una de sus obras más famosas, "El peix, l'ampolla i la platja"
(The fish, the bottle and the shore), un
cuadro que recoge las ansias de luz y libertad que el autor no encontró en las
oscuras naves de la fundición familiar. Una ventana abierta al Mediterráneo. Como exponía el crítico de arte Alejandro Plana en el periódico "La
Vanguardia" de Barcelona:
Es un tema
(la ventana abierta) que tiene una magnifica aplicación en el cuadro que titula
«El peix i l'ampolla». En un interior, sobre una mesa, destaca la masa
contrapuesta de un grueso pescado y de una botella redondeada, a medio llenar.
Una ancha ventana se abre sobre el mar y el cielo, donde los mismos azules del
pescado se modulan en tonos distintos. El centro de gravedad, no obstante, gira
en torno al tono granate oscuro del vino. Los elementos de esta composición son
de una realidad sorprendente, pero a medida que se alejan del primer término,
su contorno se hace más impreciso, como una evasión de la fantasía, para
concentrar la sensación visual en un juego puro de tonos azulados de una
transparencia admirable.
"El peix, l'ampolla i la platja". Josep Mompou
(1931)
"El peix, l'ampolla i la platja" gozó de una
excelente crítica en las numerosas exposiciones en las que participó. En París se expuso en la Galerie Billet (Pierre Vorms),
en Barcelona en la Sala Parés, en Pittsburg en el
Carnegie Institute y en Toledo (Ohio) en The Museum of Art European. The New
York Times Sunday y The New York Sun valoraron su sencillez y modernidad, pero el que mejor supo
reflejar la esencia de este cuadro fue Enric Gual en el diario "El Mirador" de Barcelona del 27 de abril de 1933: "El peix,
l'ampolla i la platja" que equivale a un resultado taumatúrgico. Con el
color y la línea construye un total equilibrado, dentro de una musicalidad
perfecta, de un perfume repleto de un oxígeno que no encontramos amenudo, y
esta simplicidad, que es otro argumento para relucir su valor, es un principio
que va repitiendo sin cansar y lo aleja de la búsqueda de objetivos traidores
que están esparcidos por el mundo en formas y teorías diversas.
Mompou enfermó al poco
tiempo de comprometerse con la pintura. La tuberculosis lo tuvo alejado mucho
tiempo de la pintura pero pudo reponerse y reincorporarse a la vida artística,
lo que no lograron Mélida y Van Gogh.
Josep Mompou. Sant Esteve
d´en Bas (1963)
Estupendo e interesante artículo, y muy instructivo también, como siempre. Desnonocía casi todo de lo que nos has ofrecido, y he quedo gratamente sorprendido en algunos aspectos. La enfermedad crónica es una lucha constante entre la realidad del dolor y el sueño de una vida feliz, y pienso yo que toda obra de arte que se cree en esas difíciles condiciones tiene un valor añadido. Y quizás el esbozo de una realidad paralela a través de estas obras sea también un intento de liberación interior. Me ha llamado poderosamente la atención esa obra de Mompou que nos has presentado, parece un compendio de simbología. Se le pueden encontrar muchos significados. El pez mismo podría referirse a Cristo, o al signo de Piscis, o a tantas otras cosas... Contemplar el arte es siempre una maravillosa aventura. Saludos y un fuerte abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus comentarios, Roberto. ¡Qué sincronicidad! Precisamente en el próximo post pienso hablar de taurus, piscis y su relación con el cristianismo.
EliminarUn abrazo