domingo, 23 de febrero de 2014

MUERTE DE ENRIQUE MÉLIDA (VALLE-INCLÁN)


 
   Durante su breve estancia en México, en 1892, Valle-Inclán trabajó como redactor en "El Universal". En este diario publicó, con fecha 25 de mayo de 1892, un artículo en memoria de Enrique Mélida en el que hacía una breve referencia a su cuadro “¡Se aguó la fiesta!”

   114 años más tarde, y procedente de México (¡curiosa coincidencia!), se subastó en la Sala Durán de Madrid un cuadro de Enrique Mélida idéntico a “¡Se aguó la fiesta!”, desaparecido en 1946 en un misterioso incendio en el Ministerio de Marina. El actual propietario de este cuadro, el Sr. Arturo Mélida Vilches, afirma tener pruebas que demostrarían que el cuadro subastado es el que se daba por desaparecido.

   Reproduzco a continuación el artículo de Valle-Inclán publicado en "El Universal".
 
 
 


Ramón María del Valle-Inclán





La pintura española.- Las dos escuelas.- Murillo y Goya.- Santos y majos.- Tendencia vieja.- Los cuadros de casacón.- Enrique Mélida.- Sus cuadros.- La herencia de su hija.



   Hay en la pintura española dos escuelas que casi pueden llamarse regionales.

   La "sevillana", que brotó del pincel de oro de Murillo, al comenzar el siglo XVI, y la madrileña de la que fue prez y principal ornato D. Francisco Goya, el pintor de "La majeza de Lavapiés", el compadre de "Pepe Illo", el querido de la manola "Salea", la más garruda moza, que por aquellos años, ya luengos, vieron y requebraron los "pisaverdes y covachuelistas" de la villa y corte.

   La escuela de Murillo apenas tiene hoy imitadores: el espíritu místico huyó a otras regiones.- Bourget dice que a Rusia- espantado de decadentismo y sequedad de los tiempos actuales que han hecho de la raza latina, de aquella raza que en la edad media se sintió hondamente estremecida con los terrores nerviosos del milenario, una raza de hombres sin ideales y sin fe.

   Verdad que ahora empieza a iniciarse en Francia algo así como una vuelta a lo antiguo, tendencia nueva, de la cual en España apenas hay noticia, y de que allende el Pirineo son apóstoles; bien que cada uno por modo muy diverso; Pablo Gibiet y el notabilísimo Paladán, autor del "Vicio Supremo", el único volumen de la biblioteca de Bavey d`Oreville, pues como es sabido este original escritor quemaba los libros después de leerlos.

   Murillo es un inspirado que tuvo la visión del cielo, y ni antes ni después de él hubo pintor alguno en el mundo que supiese iluminar el lienzo con aquellos místicos rompimientos de gloria que, irradiando rodeaban con una áurea penumbra la artística cabeza del pintor sevillano.

   Para pertenecer a esta escuela no basta tener sentido del color y de la línea, es menester también un temperamento sensitivo, idealizador y autosugestionable reforzado por una fe muy viva, y aún cuando sea muy de lamentar, los vientos que reinan no son los más propicios a la barca de "Petrus".

   En cambio, la escuela madrileña, fundada por Goya, conserva incólume su tradicional "manera" popular y manolesca, y tiene cultivadores de indiscutible mérito. Quizá consiste esto, en que los españoles que perdimos el misticismo heredado de Roma, conservamos vivo el amor a la guitarra y los toros transmitido con la sangre mora.

   Enrique Mélida - cuya muerte nos transmite hoy el telégrafo - era uno de los primeros cultivadores de esta escuela, que no sé por qué extraña semejanza me recuerda el "Sombrero de tres picos" de Alarcón; quizá porque las figuras de los cuadros de Mélida, son figuras de casacón y basquiña, como las del "Corregidor y Doña Frasquita".

   Mélida, era un enamorado del siglo del peluquín y la chupa, siglo muy coquetón, y "donjuanista", que cuenta entre sus "amateurs" a Edmundo Goncourt y a mi ilustre paisana la Sra. Pardo Bazán.

   Enrique Mélida nació en Madrid, y fue discípulo de D. José Méndez, pintor muy mediano. En un principio dedicóse a la carrera del derecho, y hasta creo que fue empleado en el Tribunal de Cuentas. Pronto comprendió que esta carrera no era de su gusto, y dejó de "ilustrar" expedientes; pues es de advertir que cuantos llegaban a su mesa, los iluminaba a manera de "códices".

   Trocada la pluma del oficinista, por la paleta del pintor, fueron muchos y de mérito los cuadros que produjo. Entusiasta de los artistas españoles, los estudió muy a fondo, escribiendo por entonces notables artículos de crítica artística, que le valieron elogios de Balart y Luis Alfonso.

   De todos los cuadros de Mélida, ninguno tan notable como el que lleva por título "Se aguó la fiesta". Es de ver la gracia de aquella merienda en el campo, interrumpida por la repentina aparición de un toro "bragao" que se detiene a corta distancia mirando con ojos escarnizados y foscos el grupo alborotado y conmovido de los majos y de las manolas que un momento antes tan alegre y amigablemente departían.

   Mélida dedicóse también a otros géneros. En la Exposición de París de 1864 obtuvo premio por su cuadro "El verdugo y la víctima", y en la nacional de 1866 presentó "Santa Clotilde sorprendida por su padre" y una cabeza de estudio, que llamó grandemente la atención por su "factura" avelazcada. Este año los asistentes a la Exposición parisién, pudieron admirar su obra maestra, "La niña perdida". Cuando ya su autor estaba muy enfermo, cuentan que fue a visitarlo Agustín Bannat - uno de sus mayores amigos y admiradores.

- ¡Ánimo, maestro! - le dijo al entrar.

- "La niña perdida" gusta a los jurados; el Estado quiere comprarlo.

- Bueno - contestó el ilustre enfermo - será la herencia de mi hija....

   Ha muerto sin saber que el ministro de "Bellas Artes" mudó de criterio. La hija de Mélida no tendrá herencia.

   ¡Pobre niña, y pobre artista!
 
                                                                                             Valle-Inclán
 
 
 
 
 
“La niña perdida” de Enrique Mélida. Reproducción publicada en 1892 en la revista "La Ilustración". Este fue uno de los últimos cuadros pintados por el autor.
 
 
 
 
 
 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario