Durante
su breve estancia en México, en 1892, Valle-Inclán trabajó como redactor en
"El Universal". En este diario publicó, con fecha 25 de mayo de 1892,
un artículo en memoria de Enrique Mélida en el que hacía una breve referencia a
su cuadro “¡Se aguó la fiesta!”
114
años más tarde, y procedente de México (¡curiosa coincidencia!), se subastó en
la Sala Durán de Madrid un cuadro de Enrique Mélida idéntico a “¡Se aguó la
fiesta!”, desaparecido en 1946 en un misterioso incendio en el Ministerio de
Marina. El actual propietario de este cuadro, el Sr. Arturo Mélida Vilches,
afirma tener pruebas que demostrarían que el cuadro subastado es el que se daba
por desaparecido.
Reproduzco
a continuación el artículo de Valle-Inclán publicado en "El
Universal".
Ramón María del Valle-Inclán
La pintura española.- Las dos escuelas.- Murillo y Goya.-
Santos y majos.- Tendencia vieja.- Los cuadros de casacón.- Enrique Mélida.-
Sus cuadros.- La herencia de su hija.
Hay
en la pintura española dos escuelas que casi pueden llamarse regionales.
La
"sevillana", que brotó del pincel de oro de Murillo, al comenzar el
siglo XVI, y la madrileña de la que fue prez y principal ornato D. Francisco
Goya, el pintor de "La majeza de Lavapiés", el compadre de "Pepe
Illo", el querido de la manola "Salea", la más garruda moza, que
por aquellos años, ya luengos, vieron y requebraron los "pisaverdes y
covachuelistas" de la villa y corte.
La
escuela de Murillo apenas tiene hoy imitadores: el espíritu místico huyó a
otras regiones.- Bourget dice que a Rusia- espantado de decadentismo y sequedad
de los tiempos actuales que han hecho de la raza latina, de aquella raza que en
la edad media se sintió hondamente estremecida con los terrores nerviosos del
milenario, una raza de hombres sin ideales y sin fe.
Verdad
que ahora empieza a iniciarse en Francia algo así como una vuelta a lo antiguo,
tendencia nueva, de la cual en España apenas hay noticia, y de que allende el
Pirineo son apóstoles; bien que cada uno por modo muy diverso; Pablo Gibiet y
el notabilísimo Paladán, autor del "Vicio Supremo", el único volumen
de la biblioteca de Bavey d`Oreville, pues como es sabido este original
escritor quemaba los libros después de leerlos.
Murillo
es un inspirado que tuvo la visión del cielo, y ni antes ni después de él hubo
pintor alguno en el mundo que supiese iluminar el lienzo con aquellos místicos
rompimientos de gloria que, irradiando rodeaban con una áurea penumbra la
artística cabeza del pintor sevillano.
Para
pertenecer a esta escuela no basta tener sentido del color y de la línea, es
menester también un temperamento sensitivo, idealizador y autosugestionable
reforzado por una fe muy viva, y aún cuando sea muy de lamentar, los vientos
que reinan no son los más propicios a la barca de "Petrus".
En
cambio, la escuela madrileña, fundada por Goya, conserva incólume su
tradicional "manera" popular y manolesca, y tiene cultivadores de
indiscutible mérito. Quizá consiste esto, en que los españoles que perdimos el misticismo
heredado de Roma, conservamos vivo el amor a la guitarra y los toros
transmitido con la sangre mora.
Enrique
Mélida - cuya muerte nos transmite hoy el telégrafo - era uno de los primeros
cultivadores de esta escuela, que no sé por qué extraña semejanza me recuerda
el "Sombrero de tres picos" de Alarcón; quizá porque las figuras de
los cuadros de Mélida, son figuras de casacón y basquiña, como las del
"Corregidor y Doña Frasquita".
Mélida,
era un enamorado del siglo del peluquín y la chupa, siglo muy coquetón, y
"donjuanista", que cuenta entre sus "amateurs" a Edmundo
Goncourt y a mi ilustre paisana la Sra. Pardo Bazán.
Enrique
Mélida nació en Madrid, y fue discípulo de D. José Méndez, pintor muy mediano.
En un principio dedicóse a la carrera del derecho, y hasta creo que fue
empleado en el Tribunal de Cuentas. Pronto comprendió que esta carrera no era
de su gusto, y dejó de "ilustrar" expedientes; pues es de advertir
que cuantos llegaban a su mesa, los iluminaba a manera de "códices".
Trocada
la pluma del oficinista, por la paleta del pintor, fueron muchos y de mérito
los cuadros que produjo. Entusiasta de los artistas españoles, los estudió muy
a fondo, escribiendo por entonces notables artículos de crítica artística, que
le valieron elogios de Balart y Luis Alfonso.
De
todos los cuadros de Mélida, ninguno tan notable como el que lleva por título
"Se aguó la fiesta". Es de ver la gracia de aquella merienda en el
campo, interrumpida por la repentina aparición de un toro "bragao"
que se detiene a corta distancia mirando con ojos escarnizados y foscos el
grupo alborotado y conmovido de los majos y de las manolas que un momento antes
tan alegre y amigablemente departían.
Mélida
dedicóse también a otros géneros. En la Exposición de París de 1864 obtuvo premio
por su cuadro "El verdugo y la víctima", y en la nacional de 1866
presentó "Santa Clotilde sorprendida por su padre" y una cabeza de
estudio, que llamó grandemente la atención por su "factura"
avelazcada. Este año los asistentes a la Exposición parisién, pudieron admirar
su obra maestra, "La niña perdida". Cuando ya su autor estaba muy
enfermo, cuentan que fue a visitarlo Agustín Bannat - uno de sus mayores amigos
y admiradores.
-
¡Ánimo, maestro! - le dijo al entrar.
-
"La niña perdida" gusta a los jurados; el Estado quiere comprarlo.
-
Bueno - contestó el ilustre enfermo - será la herencia de mi hija....
Ha
muerto sin saber que el ministro de "Bellas Artes" mudó de criterio.
La hija de Mélida no tendrá herencia.
¡Pobre
niña, y pobre artista!
Valle-Inclán
“La niña
perdida” de Enrique Mélida. Reproducción publicada en 1892 en la revista
"La Ilustración". Este fue uno de los últimos cuadros pintados por el
autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario